Tuesday, October 30, 2007

 

La hierba roja, de Boris Vian

Un mundo donde las casas crecen oblicua y perpendicularmente, un lugar donde los animales hablan y tienen sueños propios, un sitio extraño donde las mujeres conservan la coqueteria mientras sus hombres soportan los vaivenes de una vida abúlica..... un paisaje distinto que nos sorprende, pero no a uno de sus protagonistas quien, apoyado por la lealtad de un amigo, decide hacer algo.
Porque aún en aquel mundo surreal, las reglas y lo que se debería ser o hacer, sobrevuelan también la vida de los habitantes.
Y lo que resulta de aquella rebeldía contra lo establecido, contra el hartazgo de Wolf, es la construcción de una máquina que lo llevará a recorrer varios rincones de su vida, un viaje por el tiempo, mientras el juez social, materializado en variados personajes con placa de bronce que los anuncia, hará su interrogatorio.
Así, los recuerdos acecharán dentro y fuera de la máquina, mientras la fiesta de presentación del aparato transcurre, o durante la práctica de tiro al blanco con seres humanos amordazados, o en el mismo instante en que Wolf y el mecánico se abandonan a los favores de las “amorosas”, tras un camino de días por las entrañas del planeta.
Cito algunos pasajes:
“Vea usted, señor Brul, mi punto de vista es muy simple: en tanto que exista un lugar donde haya aire, sol y hierba, debe uno lamentarse de no estar allí” o “Estaba abrumado por el sentimiento. Me querían demasiado; y como yo no quería a nadie, llegaba a la lógica conclusión de que los que me amaban eran estúpidos... incluso perversos.”
Wolf, al decir estas palabras, corrobora de algún modo su admiración por la sencillez constitutiva de “el Senador”, aquel ser que halla la felicidad en el pequeño hecho de tener su uapití; Wolf, junto con Saphir Lazuli, se preguntan cómo sobrevivir a sus obsesiones, a la pesada historia que a cada uno les toca llevar, y disfrutar entonces del amor de Lil y Folabril, sus respectivas mujeres.
Tan bello como trágico, el relato nos conduce a lo humano desde un paisaje desconocido, la imaginación y el vuelo poético echando raíces en el suelo de lo real, porque así funcionan los mecanismos de la fantasía. Y podríamos decir que el texto nos sugiere, tal vez, que de poco sirve pensar murciélagos amarillos sino se intenta con ello la belleza, la profundidad filosófica y existencial que por ejemplo, logra con creces esta obra, ese “calar hondo” que a lo largo de los años, ha logrado La hierba roja en la literatura y el alma contemporáneas.

Fuente: http://www.camlawebcultural.com.ar/

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