Thursday, September 21, 2006
Sobre el hecho de escribir, algunas aproximaciones
El Aleph del sótano de Carlos Argentino nos grita la infinitud, lo inabarcable, aquello que de tan vasto es imposible de asimilar. La mente humana y su variedad se aproximan a dicha idea; análogamente, quizás ocurra lo mismo con los métodos u posibilidades de la creación.
Hay quienes disfrutan el rito de sentarse a crear historias, preparan la cerveza los que siguen los consejos de Bukowski, buscan en el recuerdo y la infancia los que leyeron los ensayos de Bradbury, practican la ingenuidad aquellos que adhieren al consejo de Tolstoi: describir algo como si fuera la primera vez que se ve, etc. En mi opinión, son dueños de una levedad envidiable.
No es mi caso, y aunque no importe demasiado cuál es mi caso, sólo puedo hablar desde mi propia experiencia. De todos los modos posibles, el que ejerzo, por lo menos la mayoría de las veces, es otro. No obstante he experimentado el hecho de “afuerarse” tal cual sugiere Rilke, o practicado la más acérrima observación de los hechos y las cosas, si se me permite la opinión, ésta estará siempre teñida por el color propio de la subjetividad.
Y esa subjetividad está plagada de obsesiones, fibras íntimas que nos constituyen también como seres únicos e irrepetibles.
Así, “Escribir con la sangre”, “Escribir sobre aquello que tememos”, “Escribir a pesar de la desesperación”, son entonces frases que comienzan a tomar sentido más allá de cualquier “técnica” de creación, convirtiéndose en causa última (cito la idea aristotélica) para el hecho de escribir.
Este es el tipo de creación al que suscribo. Para mí, escribir es un salto al vacío, y el “placer” viene luego, cuando la mente da forma estética a lo que el inconsciente ha dicho (si es que estuvo benévolo y se dignó a mostrarse)
Puedo disfrutar cuando “aquello” salió y se iluminó por el pensamiento, cuando la trama da forma a ese caos, cuando los personajes viven en el discurso propio como si fuesen personas que conocemos en la vigilia.
Si la página en blanco nos invade, podemos liberarnos plasmando un recuerdo, describiendo la observación que de una circunstancia dada fuimos testigos, y también, podemos escribir hurgando en lo más intimo, eso que puja por salir o no queremos mostrar, lo cual además se convierte en un desafío para lo cual debemos tener la valentía necesaria. De nosotros depende, y de esa elección, por supuesto, surgirá el tipo de escritor que seremos.
Hay quienes disfrutan el rito de sentarse a crear historias, preparan la cerveza los que siguen los consejos de Bukowski, buscan en el recuerdo y la infancia los que leyeron los ensayos de Bradbury, practican la ingenuidad aquellos que adhieren al consejo de Tolstoi: describir algo como si fuera la primera vez que se ve, etc. En mi opinión, son dueños de una levedad envidiable.
No es mi caso, y aunque no importe demasiado cuál es mi caso, sólo puedo hablar desde mi propia experiencia. De todos los modos posibles, el que ejerzo, por lo menos la mayoría de las veces, es otro. No obstante he experimentado el hecho de “afuerarse” tal cual sugiere Rilke, o practicado la más acérrima observación de los hechos y las cosas, si se me permite la opinión, ésta estará siempre teñida por el color propio de la subjetividad.
Y esa subjetividad está plagada de obsesiones, fibras íntimas que nos constituyen también como seres únicos e irrepetibles.
Así, “Escribir con la sangre”, “Escribir sobre aquello que tememos”, “Escribir a pesar de la desesperación”, son entonces frases que comienzan a tomar sentido más allá de cualquier “técnica” de creación, convirtiéndose en causa última (cito la idea aristotélica) para el hecho de escribir.
Este es el tipo de creación al que suscribo. Para mí, escribir es un salto al vacío, y el “placer” viene luego, cuando la mente da forma estética a lo que el inconsciente ha dicho (si es que estuvo benévolo y se dignó a mostrarse)
Puedo disfrutar cuando “aquello” salió y se iluminó por el pensamiento, cuando la trama da forma a ese caos, cuando los personajes viven en el discurso propio como si fuesen personas que conocemos en la vigilia.
Si la página en blanco nos invade, podemos liberarnos plasmando un recuerdo, describiendo la observación que de una circunstancia dada fuimos testigos, y también, podemos escribir hurgando en lo más intimo, eso que puja por salir o no queremos mostrar, lo cual además se convierte en un desafío para lo cual debemos tener la valentía necesaria. De nosotros depende, y de esa elección, por supuesto, surgirá el tipo de escritor que seremos.
Monday, September 18, 2006
El objetivo primordial
Somos hijos del ruido. Como nuestros padres, quienes nos trajeron al mundo exterior sin pedirnos consentimiento (tampoco habrían podido... estábamos demasiado cómodos en aquel mundo de agua), el ruido nos adoptó y nos legó su universo. Y la tipología de este se encuentra muy lejos de aquel “Mundo de las Ideas” de Platón. Continuando esta alegoría y desarrollándola un poco más, podríamos decir que vivimos en la superficie, sin ver qué hay en el fondo, comprando gatos por liebres, un mundo de sombras, de reflejos, que no nos permite ver el en sí de las cosas.
Muchos dicen no saber la razón de por qué ocurre esto, otros se atreven a una premeditación llevada a cabo por poderes ocultos.
El objetivo primordial no es descubrir esta verdad, probablemente no podríamos hacerlo, el Neo de Matrix sólo existe en la película, pero sí podremos dar batalla a esa inmensa maquinaria de idiotez que nos mantiene anestesiados. Correr el velo, abrir los ojos más que nunca es pelearle al ruido, al bocinazo y a la cháchara absurda, a esa felicidad ficticia que nos venden de chiquitos, porque tener las necesidades básicas cubiertas no es suficiente, al menos no lo es para nosotros. Y hacernos un espacio para la reflexión y para nosotros mismos es honrar la vida y gratificarnos de modo más sabio que soñar con tener el último modelo de plasma. Nacer es revelarse, a lo que nos rodea y a esos padres que nos trajeron al mundo sin consultarnos. Ser finalmente nosotros mismos. El pensamiento y el arte es nuestra mejor arma para mantenernos alertas, dignos y con suerte, un poco más felices.
Muchos dicen no saber la razón de por qué ocurre esto, otros se atreven a una premeditación llevada a cabo por poderes ocultos.
El objetivo primordial no es descubrir esta verdad, probablemente no podríamos hacerlo, el Neo de Matrix sólo existe en la película, pero sí podremos dar batalla a esa inmensa maquinaria de idiotez que nos mantiene anestesiados. Correr el velo, abrir los ojos más que nunca es pelearle al ruido, al bocinazo y a la cháchara absurda, a esa felicidad ficticia que nos venden de chiquitos, porque tener las necesidades básicas cubiertas no es suficiente, al menos no lo es para nosotros. Y hacernos un espacio para la reflexión y para nosotros mismos es honrar la vida y gratificarnos de modo más sabio que soñar con tener el último modelo de plasma. Nacer es revelarse, a lo que nos rodea y a esos padres que nos trajeron al mundo sin consultarnos. Ser finalmente nosotros mismos. El pensamiento y el arte es nuestra mejor arma para mantenernos alertas, dignos y con suerte, un poco más felices.